sábado, 18 de septiembre de 2010

Historia de la moneda metálica de Argentina

Cobres federales y emisiones privadas
A consecuencia de la revolución del 11 de Septiembre de 1852, Buenos Aires se escindió de la Confederación, que fijó su capital en la ciudad de Paraná, según lo anotáramos. Mientras los porteños emitían billetes y monedas de cobre, los federales se veían obligados a restañar su penosa situación financiera. Con tal fin, el 9 de Diciembre de 1853 se aprobó el Estatuto para la Organización de la Hacienda y Crédito Público, obra de Mariano Fragueiro, ministro del ramo, que creaba el Banco Nacional de la Confederación Argentina, autorizado a emitir billetes y acuñar metálico, y, más tarde, a recibir moneda cordobesa y riojana.  

El Departamento Occidental ocupado por los argentinos después de la Guerra de la Triple Alianza, fue zona en litigio con el Paraguay. Sometido a arbitraje, fue perdido por nuestro país en 1878. A falta de moneda nacional, se resellaron cobres paraguayos con un escudo argentino
El 26 de Enero de 1854 se dispuso la confección de monedas de cobre, lo que era imposible de realizar en las dos cecas de la Confederación; por ello se contrataron en Europa, por un importe de 100.000 pesos. Los valores a acuñar eran de 4, 2 y 1 centavos, denominación que por primera vez aparece en la historia de la moneda argentina. Las piezas llevaban, en su anverso, un sol con la leyenda circular CONFEDERACION ARGENTINA; en el centro del reverso, el valor y la leyenda perimetral TESORO NACIONAL-BANCO.
El artista italiano Pablo Cataldi abrió los cuños para esta pequeña moneda de plata de 1/2 real
Estas monedas fueron lanzadas a la circulación el 18 de Enero de 1855, remitiéndose a partir de entonces a las demás provincias argentinas. En 1856, los cobres se utilizaban en todo el territorio de la Confederación -excepto, obviamente en Buenos Aires-, por lo que estas monedas son las primeras de verdadero carácter nacional desde las acuñaciones patrias de 1813 y 1815.
La historia de estas piezas se perdió lamentablemente con el Archivo de la Confederación, pero se sabe que no fue ajeno a ellas un antiguo prestamista brasileño, José de Buschenthal. Parte de estas labraciones se hizo en Inglaterra, presumiblemente en alguna de las manufacturas de fichas y botones de esa época. Sin embargo, existe una partida de cobres de 4 centavos, que quizá fue troquelada en Brasil.
Entre 1860-61 -últimas emisiones riojanas, últimas de Buenos Aires- y 1881 no hubo acuñación de moneda metálica en nuestro país. La escasez de numerario se fue paliando con divisas de los países limítrofes, especialmente de Bolivia. Pero aparecen también emisiones privadas dignas de mención.
La primera de ellas fue realizada en la Colonia San José, establecimiento fundado por justo José de Urquiza en 1857, en parte de sus tierras, con colonos procedentes de Suiza e Italia. Estos, que se afincaron en la zona, dieron origen a una floreciente ciudad agrícola-ganadera. Hacia 1867, sin embargo, la penuria de monedas en la colonia producía graves inconvenientes en las transacciones, ya que los habitantes, de origen extranjero, no alcanzaban a comprender las fluctuaciones del papel moneda y los vales emitidos entonces en Entre Ríos y otras provincias argentinas.
Urquiza concibió la idea de labrar piezas de plata del valor de medio real, con lo que pretendía solucionar el problema. Para ello pidió el concurso del grabador italiano Pablo Cataldi, quien acuñó pequeñas monedas con el escudo de Entre Ríos en el anverso, y en el reverso, en seis líneas: MONEDA CIRCULANTE DE SAN JOSE, UN MEDIO, 1867; las piezas tenían canto estriado y un peso de 1,7 gramos.
Moneda eminentemente local, se utilizó en forma restringida, avalada sobre todo por el prestigio de su emisor, quien tal vez desconocía la famosa Ley de Gresham. Ella nos enseña que cuando dos monedas se encuentran en circulación, siendo una buena y otra mala, la primera desaparece casi de inmediato, quedando en circulación sólo la última. Eso fue lo que ocurrió en Entre Ríos: las moneditas de plata fueron acaparadas por el público y se llegó a pagar por ellas hasta dos reales, cuatro veces más.
Es curioso señalar que Cataldi, gravemente afectado en su salud mental, utilizó luego los cuños de San José para troquelar diversas piezas de fantasía, combinando sus anversos y reversos con otros, imaginarios, de su invención.  
Peso de plata y moneda de 2 centavos de cobre realizados en 1874 a nombre de la Nouvelle France
Otra acuñación privada fue hecha por el francés Orélie-Antoine de Tounens, autotitulado rey de Araucania y Patagonia. Este personaje, procurador en Périgueux y aficionado a las aventuras, desembarcó en 1860 en el Sur de Chile.
Al tomar contacto con los indios mapuches -que conservaban su soberanía sobre una extensa zona-, pudo convencerlos de fundar un reino y se hizo proclamar monarca con el nombre de Orélie-Antoine. Poco tiempo después se anexaba por decreto toda la Patagonia argentina.
Los gobiernos de nuestro país y de Chile intervinieron rápidamente; Tounens fue detenido y enviado a Chile, donde quedó bajo la protección del cónsul francés, quien consiguió salvarlo, enviándolo de retorno a su tierra.
En París, mediante una hábil publicidad, Tounens logró conmover a la opinión pública en su favor, y organizó una expedición a su lejano reino. Hubo tres intentos de llegar al Sur; en uno de ellos, fue reconocido y detenido en Bahía Blanca, volviendo definitivamente a Francia. En 1874 acuñó monedas de plata y cobre con el nombre del rey de Araucania y Patagonia, que distribuyó entre sus amigos, y que nunca vinieron a nuestro país.
Más tarde, Tounens creó la Orden de la Constelación del Sur, que otorgó a diversas personalidades. En la actualidad existe también un pretendiente al trono de Araucania y Patagonia. Tounens falleció el 19 de Septiembre de 1878.
La tercera acuñación privada que se vincula con nuestra historia monetaria, es la realizada por Julio Popper en Tierra del Fuego. Este ingeniero rumano llegó a Buenos Aires en 1885, y al año siguiente realizó exploraciones y cateos en Tierra del Fuego, donde se habían descubierto ricos yacimientos auríferos.
En 1887, en el paraje llamado El Páramo (Bahía de San Sebastián), fundó los "Lavaderos de Oro del Sur", para explotar racionalmente los recursos de la zona. Popper y sus mineros consiguieron extraer interesantes cantidades de oro aluvional, compuesto en un 86,4 por ciento de fino y un 13,6 por ciento de plata.
Para facilitar las transacciones que se hacían en pepitas u oro en polvo, y con el fin de alimentar al mismo tiempo su leyenda de empresario poderoso, Popper acuñó discos de oro con el peso de 1 y 5 gramos, que llevan su nombre y el de su establecimiento, al estilo de los emitidos en California durante la fiebre del oro. También estableció un sistema de correos con estampillas propias, situaciones que dieron lugar a la intervención judicial.
Aunque Popper señaló en el juicio que se trataba de simples medallas, las piezas fueguinas deben ser consideradas monedas en el sentido más primitivo del término: piezas de oro cuyo peso y ley fue garantido por una autoridad, en este caso, privada. Las más antiguas se fabricaron en El Páramo con cuños grabados por el Propio empresario. Son de tipo tosco y primitivo, debido a la precariedad de medios, y constituyen hoy una rareza. Una segunda emisión, más perfecta, se encargó a la Casa de Moneda de la Nación. Ambas series llevan fecha de 1889. El fallecimiento de Popper, en 1893, truncó el impulso de esta empresa.

Fuente: Secretaria de Cultura de la Nación.

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