lunes, 27 de septiembre de 2010

La Moneda Metálica Española en el Rio de La Plata.

Guiados por los mitos de la leyenda áurea, los españoles llegaron a estas tierras buscando la Ciudad de los Césares, el Paititi o Dorado. Muchos sueños y naves naufragaron en el Río de la Plata, que durante largo tiempo fue la región más pobre del Virreinato del Perú. Durante el período del descubrimiento y la conquista, la escasez de numerario resultó enorme; pocas monedas bajaban del Norte, y la ausencia de plata se hizo sentir, al punto que en el Paraguay y lo que hoy es la Mesopotamia argentina se valorizaron ciertos productos - yerba, trigo, lienzo, algodón-, que se utilizaron, dada la necesidad de intercambio, como medida común para las transacciones, con el simbólico nombre de moneda de la tierra.
En el Perú mismo, rico en minas de plata, faltaba la moneda metálica. Los españoles apelaron entonces a la circulación de unos tejos argentíferos, cuya ley fue mermando con el tiempo: los pesos corrientes. La composición de tales piezas, utilizadas como moneda, se calculaba sólo en un cincuenta por ciento de fino.
Los virreyes combatieron sin tregua la circulación de esta mala plata, que, entre otros inconvenientes, presentaba el de eludir el impuesto del quinto real y se usaba con toda malicia para el pago de los indefensos indígenas.
Por tales circunstancias se fundó la Casa de Moneda de Lima (1565) y posteriormente la de Potosí (1573), creación esta última que epilogaba una breve experiencia del virrey Toledo en Sucre, donde pretendió instalar una nueva ceca. Sin embargo, el lugar indicado era la Villa Imperial: el cerro de Potosí, rico en venas argentíferas, podía proveer de suficiente metal para las labraciones, que comenzaron a partir de 1574. Las primeras piezas emitidas por la ceca potosina llevaban en su anverso un escudo imperial de España con todos sus dominios, timbrado de corona real, y en su reverso una cruz cuartelada de castillos y leones, cerrada por semicírculos en sus respectivos campos. Habiendo comenzado la acuñación durante el reinado de Felipe II, las monedas llevaban como leyenda perimetral la inscripción PHILIPVS D.G. HISPANIARVM ET INDIARVM REX. Mostraban además una letra P, que significaba Perú, y el valor generalmente aparecía consignado en números romanos; también figuraba la inicial del nombre o el apellido del ensayador, funcionario que garantizaba la aleación empleada en las emisiones y era por ello responsable de mantener la justa proporción de plata.
Las monedas de Potosí están estrechamente ligadas a la historia del ramo en la América del Sur: estas labraciones fueron durante muchos años el único circulante de nuestro territorio.
Las primeras piezas no llevaban fecha, la que comenzó a estamparse en 1617, bajo el reinado de Felipe III: por ello, toda clasificación cronológica anterior sólo puede hacerse por la inicial de los ensayadores y el estudio de sus respectivos diseños. Estos últimos se mantuvieron invariables hasta mediados del siglo XVII, cuando, al ser detectada una importante adulteración de piezas, se dispuso su cambio.
Desde entonces se cuidó celosamente la correcta ley de las monedas, modificándose el diseño en los cuños. Las piezas adulteradas fueron reducidas en su valor facial y después retiradas de circulación. Las nuevas emisiones, que empezaron a troquelarse en 1652, mostraban dos columnas asentadas sobre ondas de mar y atravesadas por el mote PLVS VLTRA. Las piezas de ese año todavía presentan diferencias en su diseño, pero en 1653 se acuerda un tipo definitivo, que será mantenido hasta 1773.
La acuñación de todas estas monedas era primitiva. En una hornaza se fundía la plata, según las prescripciones del ensayador; luego, se confeccionaban los rieles de los que se cortaban los cospeles, dándoselas el justo peso con una cizalla. Estos tejos pasaban al acuñador, quien les estampaba la impronta entre dos cuños de acero, a golpes de maza. Las piezas que salían de la ceca eran de forma irregular; y su diseño, sólo parcialmente visible. Los indígenas les llamaron macuquinas, voz originada en el vocablo quichua “makkaikuna”, que significa “las golpeadas”, en alusión a su precario sistema de fabricación.
Si bien las primeras monedas de Felipe II tenían una configuración más o menos circular, hacia el reinado de Carlos III las macuquinas eran totalmente deformes y de pésima factura. Pero lejos estaban de ser las piezas de baja ley y peso inferior al legal que ciertos numismáticos quieren atribuir a estas labraciones: las macuquinas seguían fielmente las ordenanzas y su ley era, en muchos casos, superior a la establecida.
Las últimas monedas "cortadas" se acuñaron en Potosí en 1773. En 1767 ya habían sido troqueladas las primeras piezas con canto laureado y cordoncillo (canto de la moneda cuando está labrado con dibujos, laureles, leyendas, signos, estrías, etc. destinado a impedir que sean cercenadas), lo que representó un notable avance técnico, aunque esta innovación se hacía con décadas de retraso respecto de otras cecas hispanoamericanas. Así, las nuevas monedas mostraban en su anverso un escudo español coronado y en su reverso columnas sobre las ondas de mar, encerrando dos esferas superpuestas que representaban los dos mundos.
Estas monedas, acaso las más bellas de las series hispanoamericanas, se denominaron columnarias o de mundos y mares, su acuñación finalizó con la Real Cédula del 27 de marzo de 1772, que ordenaba variar el tipo por el busto de los monarcas españoles. Las nuevas emisiones, labradas a partir del año siguiente, mostraban el perfil de los reyes, laureados y vestidos como emperadores romanos.
Hasta 1778, cuando se autorizó la acuñación en oro, se labraban únicamente monedas de plata, con estos valores: de 8 reales (un peso o patacón), que tenía 27 gramos de plata; de 4 reales (tostón); de 2 reales (peseta), de 1 real y de medio real. El mayor valor acuñado en oro era la pieza de 8 escudos denominada onza, la serie se completaba con 4, 2 y 1 escudos. La relación entre el oro y la plata era de uno a dieciséis, 0 sea, un escudo equivalía a 16 reales (o bien a 2 pesos). El cuartillo de plata (1/4 de real) troquelado en la época de Felipe 11, reapareció en 1793, durante el reinado de Carlos IV; exhibía en el anverso un castillo, y en el reverso un león, pesando 1,7 gramos. En la América del Sur no se emitieron piezas de cobre o de otros metales viles.
Cuando los argentinos ocuparon Potosí, la ceca acuñaba monedas con el retrato de Fernando VII. Salvo los periodos de dominación patriota, las emisiones continuaron con el nombre de aquel monarca hasta 1825, en que se produjo el cese total de la administración española en América.
Tejo de plata baja que circuló en el Perú y en el Norte argentino con el nombre de peso corriente.
Diferentes monedas de 8 reales.
Con Carlos III y su Real Cédula de 1772, aparecen en las monedas el busto "a la romana" de los reyes españoles.
La onza de oro del valor de ocho escudos, fue la moneda española de exportación y obtuvo aceptación universal. Arriba se muestra la de Carlos IV, año 1808.
Los pesos "columnarios", acuñados en Potosí desde 1767 a 1770 son considerados una de las más hermosas monedas hispanoamericanas.

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